La magia de lo indeterminado.

La primera vez que escuché de Jaime Sabines fue en un salón de clases. Cada año en mi escuela hacían concursos de oratoria o poemas escritos en los que cada alumno que quisiera participar debía pasar a diferentes salones a declamar su poema a modo de práctica.
En ese entonces, recuerdo a una chica que pasó a declamar el poema Me encanta Dios, de Sabines:
“Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente.”
Desde ese momento quedé completamente fascinada con la poesía de Sabines. Lo que más me impresionaba de su forma de escribir, era la habilidad que poseía para retratar momentos sumamente cotidianos y triviales, y convertirlos en belleza pura. Desde ese momento devoré todos sus poemas.
Así fue como di con Tarumba.
Un diálogo con la nada.
En 1956, Jaime Sabines escribió un libro de poemas al que llamó Tarumba.
Me acuerdo que no lo entendía, y me gustaba tanto su poesía que verdaderamente me frustraba no poder entender qué era lo que decía. Específicamente, a qué se refería con Tarumba y por qué estaba presente en cada poema de su libro.
Podía ser cualquier cosa. Podía ser nada.
Mi favorito, era este:
Después de leer tantas páginas que el tiempo escribe con mi mano,
quedo triste, Tarumba, de no haber dicho más,
quedo triste de ser tan pequeño
y quedo triste y colérico de no estar solo.
Me quejo de estar todo el día en manos de las gentes,
Me duele que se me echen encima y me aplasten
Y no me dejen siquiera saber dónde tengo los brazos,
O mirar si mis piernas están completas.
“Abandona a tu padre y a tu madre”
y a tu mujer y a tu hijo y a tu hermano
y métete en el costal de tus huesos
y échate a rodar, si quieres ser poeta.
Que no te esclavicen ni tu ombligo, ni tu sangre,
ni el bien ni el mal,
ni el amor consuetudinario.
Tienes que ser actor de todas las cosas.
Tienes que romperte la cabeza diariamente
sobre la piedra, para que brote el agua.
Después quedarás tirado a un lado
como un saco vacío
(guante de cuero que la mano de la poesía usó),
pero también quedarías tirado por nada.
Yo me quejo Tarumba, de estar sirviendo a la poesía y al diablo.
Y a veces soy como mi hijo, que se orina en la cama,
y no puede moverse, y llora.
Finalmente, Tarumba.
Tiempo después, pude leer una entrevista a Sabines en 1983 en la que revelaba lo que parecía ser Tarumba:
“¿Qué significa Tarumba? Es otro personaje. ¿Quién es? Yo mismo no lo sé. Simplemente me gustó por su sonoridad. Años después, leyendo una pieza teatral de Lorca, descubrí la palabra: significaba tarambana, alocado. Pero no sabía eso. Creí que la había inventado, como inventé la palabra Yuria.”
Me acuerdo que para ese entonces, mi profesor de literatura y yo ya teníamos muchas teorías respecto a lo que significaba. A él también le encantaba Sabines y me ayudaba a entenderlo.
Decidí enviarle la entrevista y esperar a que pudiéramos platicar de ello. Me contó que el se había imaginado algo más profundo, y no algo sin forma.
Pero ahí estaba el truco: Tarumba, al no tener forma, podía convertirse en cualquier cosa.
Hallar comodidad en lo indeterminado.
En la poesía pasa mucho que los poetas juegan con los significados de las palabras. A veces el significado literal de una palabra parece no tener sentido una vez que lo visualizamos con el contexto.
En realidad creo que esto no sólo pasa con la poesía, sino con todas las cosas. La vida misma es un ejemplo. A veces algo está tan plagado de ambigüedad que nos frustramos por no poder entenderlo.
Mi consejo es; ahí donde veas ambigüedad, donde las cosas no estén claras, hay un lugar vacío en espera de un significado.
Entonces no te frustres por no entender algo. Dótalo de sentido.