Noviembre 14, del 2020.
¡Hola de nuevo, viajero!
¿Cómo te fue esta semana? Quiero contarte que yo me quedé pensando bastante en lo que platicamos el lunes acerca de nuestra capacidad de asombro (si no sabes de lo que estoy hablando te dejo aquí el link de la sección Entre Letras y Café ☕ que envié en la semana).
Me dejó pensando porque aunque a veces lo olvidamos, sólo somos capaces de aprender algo nuevo si constamente estamos en contacto con esa parte de nosotros que es capaz de asombrarse. No tiene que ocurrirnos algo extraordinario para estimular esa parte de nosotros.
Aquellas cosas que atraviesan nuestra existencia pueden ir desde lo grande, hasta lo más pequeño. Pero también es cierto que no podemos asombrarnos con las cosas grandes si antes no prestamos atención a lo pequeño.
Déjame contarte una breve historia.
Sé que con el paso del tiempo nos iremos conociendo mejor, y es por eso que quiero contarte porque hoy estoy aquí, escribiéndote con una taza de café a mi lado y miles de ideas rebotando en mi cabeza.
Actualmente estudio Filosofía, sólo me falta un año para salir. Hace apróximadamente 5 años me topé por primera vez con la filosofía. Y digo por primera vez porque a pesar de que ya antes había escuchado de ella e incluso leído un poco por cosas de la escuela, jamás me interesó. Ahora sé que es porque no la entendía.
Empecé mi camino en la filosofía a través de un texto que llegó a mis manos. Se conoce como la Selección de Pensamientos, de un filósofo llamado Blaise Pascal. Es muy conocido por los aportes que hizo en el terreno de las matemáticas, pero pocos saben que fue un gran filósofo. Y para mí, un gran escritor también.
Aún conservo ese texto aunque un poco roto y arrugado.
“… Todo este mundo visible no es más que un trazo imperceptible en el amplio seno de la naturaleza. No hay idea que se le aproxime.”
Pascal estaba profundamente impresionado por la inmensidad del universo en el que vivimos. El universo es tan grande que ni siquiera somos capaces de concebirlo a través de nuestra imaginación. “Un universo en el que su centro está en todas partes”, decía.
Pero Pascal también estaba hondamente fascinado por lo pequeño. De manera que existe una doble infinitud: aquella que se relaciona al universo, y aquella que podemos encontrar en la abreviatura de un átomo.
Recuerdo que a partir de leer ese texto me fue imposible salir al mundo y no relacionarlo con todo lo que Pascal escribió. Me quedé enganchada y esa lectura me ha acompañado -y me acompañará durante mucho tiempo-. Cuando olvido el por qué hago lo que hago, o incluso cuando me doy cuenta que estoy dando por sentado demasiadas cosas, regreso a esas hojas de papel llenas de tinta corrida. Y mi capacidad de asombro se desenpolva.
¿Por qué estando rodeados de lo infinito vivimos tan poco tiempo asombrados?
El universo es como un huevo, un huevo cósmico. Así lo pintaban en la Edad Media porque así se lo imaginaban. Suena loco, pero es como un huevo infinito.
Probablemente te preguntarás, ¿qué tiene que ver esto conmigo?
Frente a la inmensidad del universo somos nada. Frente a la pequeñez de lo imperceptible somos todo. Somos seres sacados de la nada y sumidos en el todo.
Por último, quisiera que regresaras a la primera imagen. Probablemente es una de las fotografías más impactantes que poseemos como humanidad. ¿Sabes qué es? Esta fotografía es la síntesis del arduo trabajo realizado por científicos durante apróximadamente 16 años. Muestra alrededor de 15 mil galaxias, ¿te imaginas?
Muchas veces nos frustramos por cosas tan absurdas como porque el elevador no sube rápido o porque se nos ponchó una llanta. ¿De verdad vas a dejar que cosas tan simples te impidan disfrutar de lo que te rodea? Cuando sea así sólo voltea hacia arriba.
Como dijo alguna vez Kant:
“Dos cosas me llenan la mente con un siempre renovado y acrecentado asombro y admiración por mucho que continuamente reflexione sobre ellas: el firmamento estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”.
Gracias por leerme, sé que tu tiempo es muy valioso.
Te escribe,
Aranza S. (@catarsisfilosofica)
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